Dante Poletto presenta una instalación basada en souvenirs que cambian de color según el clima. Barquitos de plástico o vidrio transparente que se venden en la costa argentina, zona de balnearios donde infinitas vidrieras ofrecen además, artesanías realizadas con caracoles con la leyenda “Recuerdo de...” nombrando la localidad.
Esos misteriosos recuerdos tornasolados, que también representan lobos marinos, hipocampos o delfines están coloreados por detrás de su transparencia con una pintura especial que se acciona con la humedad ambiente o con secreta magia y cambia de color para anunciar el buen tiempo, la lluvia o el estado intermedio de inestabilidad.
Obligado para el turista es el comentario asombrado acerca de la infalibilidad de la predicción: “Hoy no va a ser día de playa. Va a llover”
Un código binario se compone de dos elementos. SI / NOCada uno de estos polos es ocupado por una instancia que ve en el otro polo a su opuesto, pero al mismo tiempo este opuesto termina siendo el único referente obligado que define su yo. “Soy lo otro de aquello que tengo enfrente”, dirían replicándose, sin poder verse cada uno a sí mismo.
Superando esta imposibilidad, Poletto descubre la estructura ternaria de los Barquitos pronosticadores. A los dos polos se suma un intermedio. Y es justamente desde ese nuevo lugar desde donde se tiene conciencia de las dos posiciones extremas. Un tercer estadio más apto para percibir la totalidad.Si la tendencia es a llegar a uno u otro extremo, el estado intermedio es el que genera mayor tensión. A la vez el que media desde un equilibrio que jamás encuentra su centro.
La solución que invoca la instalación de Poletto se expresa en el ámbito del lenguaje, ese sistema de códigos en el cual vivimos. Las tres palabras que nombran el sistema se muestran doblemente en neón superpuesto del color correspondiente al sensor del clima, azul - para el buen tiempo,violeta - inestable,rosa - lluvia.
A esto se superpone todavía otra capa de sentido que, desde el título de las obras, le da a BUENO el nombre de Escila, a LLUVIA el de Caribdis. El mito griego nos muestra a dos doncellas transformadas en monstruos marinos custodiando un estrecho paso del mar. Odiseo debía atravesarlo con su barco por el centro, pudiendo ser destruido por una o por otra. Estar entre Escila y Caribdis expresa la tensión entre los dos peligros en los que se expresa la existencia.
Esta situación eleva la experiencia estética de la muestra lejos de la anécdota climática de donde fue tomada. En el plano simbólico constituye un código de la vivencia humana. El estar siempre en el punto inestable de la existencia teniendo que rozar los límites en cada acto. Una doble condena.
No es ajena a este vértigo la búsqueda de un referente, un pronóstico que tranquilice, que refiera al control de ciertos poderes cósmicos que de por sí se saben indomables.Y hurgamos hasta percibir que la vida se juega en la estructura de un circuito que tiende a repetir su movimiento hasta el infinito.
El marino gesticula sus fonemas. Hace partícipe al cuerpo, del verbo que lo sostiene. Codifica el gesto tal vez a la espera de encontrar un método para descifrarlo. Pero es inútil, el esfuerzo se va en aferrarse al timón para evitar caerse.La letra intenta reconstruir un discurso que se diluye en la sal. El grito es ahogado aún antes de ser proferido. Pero el viento hincha las velas y de la tarde a la noche puede formular promesas.
Al destacar desde el título “Paisajes Inestables” que ese es nuestro lugar esencial, el debate humano, la instalación pone en evidencia el movimiento que veníamos haciendo al circular por la sala.
En ese tránsito encontramos una red que cuelga desde el techo sosteniendo en cada nudo uno de esos barquitos que desde su color nos señala el destino. Cada uno al alado de otro, se multiplican hasta más allá de lo visible evidenciando el pedido urgente de una señal.
Más allá se clasifican en bolsas aquellos puntos extremos en los que nos reconocemos balbuceando fonemas, palabras, intentando sentidos. Lo poderoso de la instalación es hacer visibles algunas intuiciones, ayudando a orientar una proa que se cree a la deriva.
En el barco de Odiseo nos lanzamos a la aventura intentando captar los mínimos cambios en la atmosfera, ese indicio del universo que nos diga hacia dónde debemos voltear el timón. Atrapados en las redes de un mar peligrosamente calmo, miles de Odiseos tensamos los músculos compensando con sutiles reacciones el balanceo.En esta tarea, “inestables” puede entenderse como “atentos”.
Esos misteriosos recuerdos tornasolados, que también representan lobos marinos, hipocampos o delfines están coloreados por detrás de su transparencia con una pintura especial que se acciona con la humedad ambiente o con secreta magia y cambia de color para anunciar el buen tiempo, la lluvia o el estado intermedio de inestabilidad.
Obligado para el turista es el comentario asombrado acerca de la infalibilidad de la predicción: “Hoy no va a ser día de playa. Va a llover”
Un código binario se compone de dos elementos. SI / NOCada uno de estos polos es ocupado por una instancia que ve en el otro polo a su opuesto, pero al mismo tiempo este opuesto termina siendo el único referente obligado que define su yo. “Soy lo otro de aquello que tengo enfrente”, dirían replicándose, sin poder verse cada uno a sí mismo.
Superando esta imposibilidad, Poletto descubre la estructura ternaria de los Barquitos pronosticadores. A los dos polos se suma un intermedio. Y es justamente desde ese nuevo lugar desde donde se tiene conciencia de las dos posiciones extremas. Un tercer estadio más apto para percibir la totalidad.Si la tendencia es a llegar a uno u otro extremo, el estado intermedio es el que genera mayor tensión. A la vez el que media desde un equilibrio que jamás encuentra su centro.
La solución que invoca la instalación de Poletto se expresa en el ámbito del lenguaje, ese sistema de códigos en el cual vivimos. Las tres palabras que nombran el sistema se muestran doblemente en neón superpuesto del color correspondiente al sensor del clima, azul - para el buen tiempo,violeta - inestable,rosa - lluvia.
A esto se superpone todavía otra capa de sentido que, desde el título de las obras, le da a BUENO el nombre de Escila, a LLUVIA el de Caribdis. El mito griego nos muestra a dos doncellas transformadas en monstruos marinos custodiando un estrecho paso del mar. Odiseo debía atravesarlo con su barco por el centro, pudiendo ser destruido por una o por otra. Estar entre Escila y Caribdis expresa la tensión entre los dos peligros en los que se expresa la existencia.
Esta situación eleva la experiencia estética de la muestra lejos de la anécdota climática de donde fue tomada. En el plano simbólico constituye un código de la vivencia humana. El estar siempre en el punto inestable de la existencia teniendo que rozar los límites en cada acto. Una doble condena.
No es ajena a este vértigo la búsqueda de un referente, un pronóstico que tranquilice, que refiera al control de ciertos poderes cósmicos que de por sí se saben indomables.Y hurgamos hasta percibir que la vida se juega en la estructura de un circuito que tiende a repetir su movimiento hasta el infinito.
El marino gesticula sus fonemas. Hace partícipe al cuerpo, del verbo que lo sostiene. Codifica el gesto tal vez a la espera de encontrar un método para descifrarlo. Pero es inútil, el esfuerzo se va en aferrarse al timón para evitar caerse.La letra intenta reconstruir un discurso que se diluye en la sal. El grito es ahogado aún antes de ser proferido. Pero el viento hincha las velas y de la tarde a la noche puede formular promesas.
Al destacar desde el título “Paisajes Inestables” que ese es nuestro lugar esencial, el debate humano, la instalación pone en evidencia el movimiento que veníamos haciendo al circular por la sala.
En ese tránsito encontramos una red que cuelga desde el techo sosteniendo en cada nudo uno de esos barquitos que desde su color nos señala el destino. Cada uno al alado de otro, se multiplican hasta más allá de lo visible evidenciando el pedido urgente de una señal.
Más allá se clasifican en bolsas aquellos puntos extremos en los que nos reconocemos balbuceando fonemas, palabras, intentando sentidos. Lo poderoso de la instalación es hacer visibles algunas intuiciones, ayudando a orientar una proa que se cree a la deriva.
En el barco de Odiseo nos lanzamos a la aventura intentando captar los mínimos cambios en la atmosfera, ese indicio del universo que nos diga hacia dónde debemos voltear el timón. Atrapados en las redes de un mar peligrosamente calmo, miles de Odiseos tensamos los músculos compensando con sutiles reacciones el balanceo.En esta tarea, “inestables” puede entenderse como “atentos”.